“Sacar el arte a la calle ya es una forma de cuestionarlo puesto que se deslegitiman sus ámbitos naturales, el museo y la galería. La calle impone sus propias reglas y las relaciones que genera entre los diferentes agentes se extreman y absolutizan en torno a la comunicación social. Ya la obra no necesita ser “bella”, necesita ser funcional y consumible. Sus códigos deben favorecer la comunicación entre los transeúntes y el artista, no impedirla. El arte en la calle podría hacer tambalear y deslegitimar la naturalidad de las pretensiones de dominio del sistema y el supuesto orden natural del poder tal como se configura en los medios en la actual sociedad. Puede contribuir a abrir nuevamente el espacio en el que se articulen ideas discrepantes sobre las relaciones sociales e intervenir en procesos de discusión pública. Y, por toda otra consideración, se sitúan al margen de la institución capital de este sistema: el mercado (el mercado del arte). Las intervenciones urbanas identifican estas reglas al nivel de la gramática cultural, de las convenciones y de las normas convertidas en vinculantes y las subvierte mediante acontecimientos momentáneos, inesperados y, en consecuencia, difícilmente reprimibles. Las acciones en la calle persiguen la deslegitimación de las normalidades aparentes.
Allí en donde las convenciones habituales aparecen como necesarias y definitivas, la intervención urbana nos remite a su índole social convencional y denuncia así, su carácter modificable. No olvidemos que la crítica radical de las acciones en la calle mantiene, sin quererlo, la ficción liberal de las libertades públicas o la diversidad cultural que nos impide apreciar la realidad de las instituciones y la realidad de las relaciones sociales desreguladas. En esa hamaca se columpia el cambio...” Padín. |